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sábado, 18 de junio de 2011

El cortacésped. (Sobre los vecinos y otras gentes que nos rodean. Ficciones)

    El cortacésped es un "maquinillo" del que, rara vez, escribiré cosa potable. El "rapahierbas" es increíble o pasmosa máquina, por la que una mañana se puede llegar a hacer eterna. Estoy de alquilado en una casa de dos plantas. Un mazacote de casa. Está a las afueras de la ciudad. Vigo es la city. Urbe con un gran puerto pesquero, muelle en cuyas naves frigoríficas no hace ni dos días me estaba deslomando. O más bien me deslomaban. Me explico. Descargaba mi menda contenedores, los rellenaba, los volvía a vaciar... Y cogen los de mi empresa y me echan. Con siete años de antigüedad. Bajas por enfermedad, como diría el del mostacho, cero patatero. Pero mirad una cosa, esto se lo digo a los que me echaron: GRACIAS. Estaba hasta "aquí" del burro cargado de letras que mandaba en mí. Más que aprender desaprendía. De nuevo mi más sincero agradecimiento por empujarme a escribir estos apuntes. Los había embaulado en el baúl de los recuerdos... uh, uh. Son mis exjefes los que me han obligado a retomarlos. Muy agradecido. Cuando estibaba pez espada, marrajos (tiburoncitos), quenlla y más de lo mismo, llegaba a casa tan baldado que ni leía, y menos aún, escribía. Llegan a conocer estas aficiones los "mandamases" aquellos, y sólo por hacerme rabiar, me dejan en plantilla. Pero me estoy desviando del tema que hoy puse encima del tapete. El cortacésped. Ya retomaré otro día el curioso mundillo de la descarga, y en particular, la tontería de la que no se ha de desprender algún que otro capatacillo que por el puerto gobierna. Pasemos página. Descanse en paz. Estaba antes comentando que habito una casa, concretamente su planta baja. Muy coqueto el tal nidito para un sordo, o para quien no tenga un vecino entusiasta del respetabilísimo e incomprendido deporte de segar hierba. Entre los "runruns" del coqueto, aceitoso y (para "mua") vil motor, el hombre que gobierna el manillar de esa arma de destrucción vegetal (no masiva), tiene en sus pupilas un brillito que confirma cierto frenesí bucólico o de otro orden (esto lo desconozco). Me congratulo de que así sea. No se trata aquí de desear el mal a nadie. Menos todavía a un anciano. Lo que no quita que mi convecino se debe creer el mejor de los mejores (¡cándido!), quitando (o segando) la vida de la frescachona, descuidada, amigable y verde hierba. ¡Vaya por Dios!... "Siempre se van los mejores", como diría el otro... No sé quién será este "otro", pero será dueño alguien de la frase de marras. En Vigo hoy no hace bueno, pero eso no impide que nuestro hombre, enfundado en el uniforme de su extrabajo, pantalón y chaquetilla azul, los de toda la vida (debió ser mozo de almacén o de cuerda), ande a guadañar todo aquello que levante un palmo del suelo. Este guadañador motorizado (mismo tiene cara de velocidad), gasta una gorra con propaganda de supermercados "X" (horterada más grande aún no se ha inventado), la barriga se le curvó hace un par de lustros y en su pelo parece que anduvo la máquina que hoy nos ocupa. El "rapacésped", en estos momentos, está aparcado debajo de la ventana de mi cuarto. Le dio el de arriba un respiro al artefacto. Después de guerrear toda la santa mañana, bien se tiene merecido un descanso el armatoste. Ganas me dan de destriparlo, de despancijarlo, de... Mira, no tengo nada mejor que hacer. Voy a ello. Un mangui, cuando va a ejercer, debe tener el hormigueo que ahora tengo yo en mi cuerpo. ¿Será la zozobra del débil?. Mi pulso tiembla como ha de temblar el del cobarde. De todas maneras me lanzo a la piscina, metafóricamente hablando, claro... A lo que salga. ¿Qué puede perder?... Soy un quídam, un don nadie, hablando en plata... Pero un don nadie que va a descoyuntar una máquina futurista... ¿Cuántos pueden decir esto? El "prota" de Terminator y pocos más. Antes de otra cosa, me equipo con mi set de manitas. Cogieron los destornilladores óxido. No me extraña, porque un chapucillas tampoco soy. Recomponer como mucho algún enchufe o portalámparas para dejar a la parienta contenta, y para de contar. Aparte, esos negocios, por ley, son incumbencia del casero, del segador de la frescachona hierba. Habrá que ir a lo que iba. Pero mejor salgo por la puerta de atrás, como los toreros, como los diestros del montón... Y cuando los ojos de los vecinos estén a otra cosa ¡zas!... pongo fin a los días del "minitodoterreno". Allí lo está... Lo malo de todo esto es si está de pechos en la ventana mi archiqueridísimo vecino. Deja de cavilar y tira millas. Ya estoy... A menos de un metro de acabar con mis dolores de cabeza. Estas taladrantes jaquecas de ama de casa que me entran cuando anda ese motor "furrulando", van a pasar a la historia. ¿Será posible?... Resulta que la dichosa máquina calza tornillos de métrica ocho. Lo sé porque también fui ferretero... En una ferretería especializada en manillas y tiradores. Había de todo allí como en botica... Desde una lijadora último modelo de la marca más chic, hasta cerraduras de taquillas de, por ejemplo, aeropuertos. Silicona, cemento cola, arandelas galvanizadas o aceradas... Total, que al andar entre "ferralla", la metrica de un simples tirafondos los distingo a simple vista. Estaba más que visto... el vecino asoma por la ventana su cabeza pelona... "Que haces ahí, chaval?"... No, nada, atándome los cordones... "Pues no te arrimes tanto a Margarita"... Estamos en un país libre ¿no?... "Así nos va"... ¡Hay que joderse!, hasta le puso nombre al "maquinillo", un nombre tan hortera como su visera del "súper"...